que transformamos con nuestros estados de ánimo.
Dejándonos fluir en este rio inmenso
que nuestra presencia
atribula o mece suavemente,
donde un soplo de aire gélido
o el devenir de la
ventisca, en un arrebato de circunstancias,
te sitúa en direcciones indescifrables, y a velocidades ingobernables.
Y tú sobre la tabla, con tu estado anímico como único timón,
tratas de sostener sobre tu trayectoria una coherencia
incierta,
que sobrepasa los límites de la creencia
pero se subyuga a la firmeza de tu decisión.
Navegamos sobre tablas desconchadas.
Y debemos aprovechar el viento favorable, aceptando que
nuestra vida depende de ello.
Y debemos aprovechar nuestro ánimo efímero pero asible,
que debemos manejar con maestría, y tratar con respeto,
y moldear con pericia.
Debemos ser audaces para dejarnos llevar cuando procede,
y aferrarnos al suelo férreo cuando el espíritu juega a la
contra;
refugiándonos al amparo de un azar que a veces premia;
resurgiendo ante rachas de victorias imposibles;
resignándonos a no saber cuándo podremos agradecer de nuevo
una ráfaga a favor.